Mañana empiezo mi último año de secundaria, y mi cabeza me obliga a replantearme mil cosas,  recordándome las millones de veces que utilicé...

El día previo

By | marzo 09, 2014
Mañana empiezo mi último año de secundaria, y mi cabeza me obliga a replantearme mil cosas,  recordándome las millones de veces que utilicé esta supuesta condición social de inferioridad para desestimar retóricamente los argumentos de algunas personas, haciendo un valor de una vulnerabilidad; hoy me toca empezar a cambiar ese discurso, hacerme cargo de que ya no seré una persona normal, alguien del llano, uno de los de abajo, otra don nadie, cuando este año termine seré una estudiante de universitaria, otra categoría, otro mundo, y si bien lo primero que se podría pensar es que tengo miedo al cambio, la verdad es que no estoy muy segura de querer asumir las implicancias que este mundo le plantea a mi existencialidad, en cierto punto lo siento como una traición a los valores y principios que he sostenido toda mi vida, como un hippie convirtiéndose en yuppie.  Cometiendo un completo sincericidio les diré que mi vida es super cómoda siendo la oveja negra y desclasada del sistema, esto me da la oportunidad de ir por la vida libre de cualquier atadura social de comportamiento en una postura adolescente de rebeldía sin sentido defendida y excusada en la compasión racional hipócrita que se siente por la falta de educación.
Y como si todo esto fuera poco el sádico, retorcido y pervertido de mi superyó me atormenta con cuestionamientos retrógrados socio-maternales impúdicos que sólo logran hacerme sentir miserable, mientras que “ese horrible demonio”, al que todos, tanto filosofías como religiones, intentan destruir de todas las maneras posibles, llamado EGO, me consuela en mi dolor, cura las heridas que el superyó me provoca, me dice cosas bonitas, como que yo puedo, que está bien evolucionar, mejorar, desarrollarse; y entre la espada y la pared me encuentro, tratando de seguir caminando por este camino sin entender muy bien a donde me lleva.
Ok, me la jodo, la culpa es mía, nadie me mandó a salir de la ruta, es vox populi que todos los caminos conducen a Roma, y si a mi se me ocurre ir a campo traviesa no debería quejarme de que sea difícil, pero la cosa es que no se me canta ir a Roma y mucho menos pagar tributo a un imperio que se rige por leyes con las que no estoy de acuerdo, entonces si bien calavera no chilla, no es culpa del chancho sino del que le da de comer.
La cosa es que los vientos me están regresando al camino y las rocas de la ruta lastiman mis pies desnudos, entonces me pregunto si es necesario tanto dolor y sacrificio y luego los veo, esos que son la única razón de mi existencia terrenal, y lo único que me nace es el deseo de que se sientan orgullosos de tenerme a su lado. Conozco de primera mano la sensación de vergüenza, de decepción, las ganas de ocultar o separar los vínculos y realmente se me rompería el corazón si mis decisiones infantilistas generaran esos sentimientos en alguno de los dos. Entonces camino, y el dolor de las piedras no es nada ante semejante imagen, y a lo lejos ya puedo ver la inmensa capital del imperio y el corazón se me retuerce, mientras mi memoria, manipulada por el superyó, emite incesantemente las imágenes de un oscuro pasado en que me dejé llevar por el discurso zalamero del demonio y que innegablemente me llevaron por mal sendero;.

Y aquí estoy, en una dicotomía en la que ni el rey Salomón me podría ayudar.
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