Mañana empiezo mi último año de secundaria,
y mi cabeza me obliga a replantearme mil cosas,
recordándome las millones de veces que utilicé esta supuesta condición
social de inferioridad para desestimar retóricamente los argumentos de algunas
personas, haciendo un valor de una vulnerabilidad; hoy me toca empezar a
cambiar ese discurso, hacerme cargo de que ya no seré una persona normal,
alguien del llano, uno de los de abajo, otra don nadie, cuando este año termine
seré una estudiante de universitaria, otra categoría, otro mundo, y si bien lo
primero que se podría pensar es que tengo miedo al cambio, la verdad es que no
estoy muy segura de querer asumir las implicancias que este mundo le plantea a
mi existencialidad, en cierto punto lo siento como una traición a los valores y
principios que he sostenido toda mi vida, como un hippie convirtiéndose en
yuppie. Cometiendo un completo
sincericidio les diré que mi vida es super cómoda siendo la oveja negra y
desclasada del sistema, esto me da la oportunidad de ir por la vida libre de
cualquier atadura social de comportamiento en una postura adolescente de rebeldía
sin sentido defendida y excusada en la compasión racional hipócrita que se
siente por la falta de educación.
Y como si todo esto fuera poco el sádico,
retorcido y pervertido de mi superyó me atormenta con cuestionamientos
retrógrados socio-maternales impúdicos que sólo logran hacerme sentir miserable,
mientras que “ese horrible demonio”, al que todos, tanto filosofías como
religiones, intentan destruir de todas las maneras posibles, llamado EGO, me
consuela en mi dolor, cura las heridas que el superyó me provoca, me dice cosas
bonitas, como que yo puedo, que está bien evolucionar, mejorar, desarrollarse; y
entre la espada y la pared me encuentro, tratando de seguir caminando por este
camino sin entender muy bien a donde me lleva.
Ok, me la jodo, la culpa es mía, nadie me
mandó a salir de la ruta, es vox populi que todos los caminos conducen a Roma,
y si a mi se me ocurre ir a campo traviesa no debería quejarme de que sea difícil,
pero la cosa es que no se me canta ir a Roma y mucho menos pagar tributo a un
imperio que se rige por leyes con las que no estoy de acuerdo, entonces si bien
calavera no chilla, no es culpa del chancho sino del que le da de comer.
La cosa es que los vientos me están
regresando al camino y las rocas de la ruta lastiman mis pies desnudos,
entonces me pregunto si es necesario tanto dolor y sacrificio y luego los veo, esos
que son la única razón de mi existencia terrenal, y lo único que me nace es el
deseo de que se sientan orgullosos de tenerme a su lado. Conozco de primera
mano la sensación de vergüenza, de decepción, las ganas de ocultar o separar
los vínculos y realmente se me rompería el corazón si mis decisiones infantilistas
generaran esos sentimientos en alguno de los dos. Entonces camino, y el dolor
de las piedras no es nada ante semejante imagen, y a lo lejos ya puedo ver la
inmensa capital del imperio y el corazón se me retuerce, mientras mi memoria,
manipulada por el superyó, emite incesantemente las imágenes de un oscuro
pasado en que me dejé llevar por el discurso zalamero del demonio y que
innegablemente me llevaron por mal sendero;.
Y aquí estoy, en una dicotomía en la que ni
el rey Salomón me podría ayudar.